El 22 de octubre del 96, el discurso de Juan Pablo II a la Academia
Pontificia de las Ciencias causaba cierto revuelo en los ambientes científicos
interesados. Algunos interpretaron entonces que la Iglesia aceptaba por fin el
evolucionismo. Pero, ¿es cierta esta apreciación? ¿Ha cambiado el juicio de la
Iglesia sobre esta teoría? En realidad no es para tanto: el Magisterio nunca se
ha opuesto a una evolución bien entendida. Lo que ha hecho el Papa es constatar
que los "nuevos acontecimientos llevan a pensar que la teoría de la evolución es
más que una hipótesis".
En el referido discurso del Papa, se reconoce que hay "argumentos
significativos en favor" de la teoría del Evolucionismo. Se trata, pues, de
una nueva valoración: hasta ahora la ciencia y la Iglesia no concedían al
evolucionismo más que un valor hipotético, tan probable como las teorías
opuestas. Pero ahora se reconoce que "la convergencia de los trabajos
realizados independientemente unos de otros, constituye de suyo un argumento
significativo en favor de esta teoría".
UN PRINCIPIO GENERAL
Repetidamente la Iglesia ha afirmado que la verdad no puede contradecir a la
verdad (León XIII, Pablo VI, Juan
Pablo II). Con ello se quiere hacer ver que la verdad científica nunca
puede ser disconforme con la verdad revelada, si ambas se mantienen cada una en
su campo y saben interpretarse adecuadamente. La razón es obvia: Dios es la
suprema Verdad; las verdades parciales son aspectos de esa única Verdad; admitir
discrepancias entre unas verdades y otras seria tanto como admitir contradicción
interna en Dios, lo cual es inimaginable.
NUNCA HUBO OPOSICIÓN
Apoyándose en tal criterio, la Iglesia nunca se ha opuesto al desarrollo
científico de un evolucionismo coherente y seguro. En concreto, hasta 1996,
había señalado lo siguiente:
1) Respecto a la evolución cósmica la Iglesia ha efectuado muy pocas
manifestaciones. La Pontificia Comisión Bíblica, en respuesta del 30-VI-1909 que
versa sobre el sentido de los tres primeros capítulos del Génesis, dice
solamente que no puede ponerse en duda "la creación de todas las cosas por
Dios al principio del tiempo". Mantiene, pues, firme la fe en Dios creador,
sin manifestar incompatibilidad con las teorías de la génesis del universo;
especialmente las que admiten un principio temporal del mundo. En 1948, la misma
Comisión responde de nuevo al Cardenal de Paris y ratifica lo ya dicho,
explicando en qué sentido deben interpretarse los primeros capítulos del libro
del Génesis.
2) Por lo que se refiere a la evolución biológica, la Iglesia expresó en 1950
que no vela oposición entre la fe y las investigaciones sobre la evolución
(Pío XII, Enc. Humani generis), aunque
recomienda "la máxima moderación y cautela" en las afirmaciones científicas no
probadas, ya que el Evolucionismo no pasaba de ser una hipótesis todavía sin
comprobar. En 1986, en una de sus catequesis, Juan Pablo II
dice que la teoría de la evolución "no contrasta con la
verdad revelada", siempre que se la entienda de modo que no excluya la
causalidad divina.
3) En cuanto al origen del hombre, la Iglesia ha señalado (cfr. Enc.
Humani generis) los puntos de doctrina que un cristiano debe mantener
firmes para aceptar la teoría de la evolución aplicada al hombre: la peculiar
creación del hombre por Dios, la formación de la primera mujer a partir del
primer hombre, la creación inmediata del alma humana por Dios, la unidad del
linaje humano y por tanto la necesidad del monogenismo, y algunos otros
conceptos revelados más propios de la teología que de la ciencia.
Nunca, en resumen, limitó la Iglesia la libertad de investigación en este
campo. Sus afirmaciones positivas se han referido siempre a aspectos no
científicos, como el origen del espíritu, que escapa por su misma naturaleza a
las investigaciones físico-químicas, como veremos al final.
La Iglesia acepta un evolucionismo que se limite a la explicación
científica de la naturaleza, sin entrar en hipótesis sobre la creación del
mundo o del alma humana, que son cuestiones metafísicas
UNA TEORÍA Y SU ALCANCE
Las declaraciones de Juan Pablo II en octubre de 1996
inclinan la opinión de la Iglesia a aceptar el evolucionismo como teoría
suficientemente comprobada "por diversas disciplinas del saber" (n 4).
Aunque parezca, en principio, que la Iglesia no debería tomar postura en un
argumento científico, "el Magisterio está interesado directamente en la
cuestión de la evolución, porque influye en la concepción del hombre" (n.
5). Esto quiere decir que no se trata de una simple cuestión opinable, como
tantas otras investigaciones científicas, sino que el enfoque con que se afronte
el evolucionismo y, en concreto, el origen del hombre, afecta profundamente a la
noción misma de persona humana; y esto repercute a su vez en múltiples aspectos
éticos, sociológicos, etc., con honda trascendencia moral.
El Papa, tras reconocer los argumentos significativamente válidos del
evolucionismo, señala insistentemente que se trata de una teoría, y delimita el
valor epistemológico de toda teoría: una interpretación (no un hecho) homogénea
de numerosos datos, que permite relacionarlos entre si y darles una explicación.
Toda teoría debe verificarse con nuevos datos y, en caso necesario, reformarse
para ser mejor adaptada a la realidad. Además, en el caso del evolucionismo, a
los datos procedentes de la observación se añaden ciertas nociones filosóficas,
pretendiendo integrarlas en un conjunto unitario con la parte más científica
(cfr. n. 4).
Así la primera puntualización pontificia es que, si bien -hoy
por hoy- el evolucionismo es la teoría científica que mejor
cuadra con los datos observados, no puede tomarse como intangible pues, por su
propia naturaleza, puede necesitar ser revisada o perfeccionada.
EVOLUCIÓN Y EVOLUCIONISMOS
La segunda matización que hace el Papa es distinguir entre evolución y
evolucionismos. En efecto, al tomar también nociones filosóficas para
integrarlas en la teoría, no habrá una sola hipótesis evolucionista, sino tantas
como posiciones filosóficas de partida (cfr. n. 4).
Esto puede ser licito -lo exige el propio pluralismo humano-, pero es
importante destacar que la existencia de diferentes evolucionismos no es una
cuestión científica, sino de pensamiento filosófico. Sería falsear la ciencia
-aunque así se ha hecho no pocas vecespretender exponer como única explicación
científica posible, una teoría que incluye posturas intelectuales
meta-científicas. Un científico honrado expondrá con claridad los datos
observables y la teoría que los explica, fijando adecuadamente los límites de su
interpretación o señalando las ocasiones en que, además de sus datos, hace uso
de argumentos no científicos.
El Papa señala, para ejemplificar, aquellas teorías evolucionistas que
consideran que el espíritu humano surge de las fuerzas interiores de la materia
viva, o que se trata de un simple epifenómeno de la misma. Estos evolucionismos
son incompatibles con la doctrina católica, pero no por aceptar la evolución y
sus principios científicos -que en si mismos en nada fundamentan aquellas
afirmaciones-, sino porque son incapaces de fundar la dignidad de la persona
humana e incompatibles con la verdad sobre el hombre (cfr. n. 5).
En resumen, la Iglesia acepta un evolucionismo que se limite a la explicación
científica teórica de las observaciones naturales, sin incluir en su hipótesis
cuestiones relativas a la creación del mundo o del espíritu del hombre, que son
aspectos metafísicos. El momento del paso a lo espiritual no es-por su propia
naturalezaobjeto de observación experimental; al investigar el origen del hombre
ha de tenerse en cuenta la existencia de una discontinuidad ontológica (cfr. n.
6) respecto a los demás seres materiales. Este salto o ruptura de continuidad
repugna a los que estudian la evolución como algo sólo material, pero es
necesario aceptarlo como una realidad existencial, aunque escape al análisis
físico-químico.
LA APORTACIÓN TEOLÓGICA
Más allá de la teoría científica y de las premisas filosóficas, los creyentes
tenemos la revelación divina como fuente de conocimiento.
Esta sabiduría enriquece enormemente los planteamientos humanos, respetando
la lógica autonomía del intelecto del hombre. Por eso el Papa concluye su
discurso haciendo referencia a la vida entendida como don sobrenatural de Dios
que Cristo nos comunica. Aquí el término vida, usado por San Juan en
sus escritos, encierra la trascendencia propia de la "eterna felicidad divina,
comunicada a los hombres por la infinita liberalidad de un Dios que es
calificado como Dios vivo, en uno de los más hermosos títulos que le
ofrece la Sagrada Escritura (cfr. n. 7).
LO QUE DICE LA CIENCIA
El moderno evolucio nismo se EI moderno evolucionismo se caracteriza por
englobar en una misma teoría -con diferentes partes- el origen de todo: la
materia inerte, la vida y el hombre. Aunque se trate de tres saltos
cualitativos, no cabe duda que hay una honda relación entre ellos; no puede
explicarse la existencia del hombre sin comprender bien de dónde viene la
Tierra, el sistema solar y las galaxias.
Las ecuaciones de la relatividad generalizada (Einstein,
1916) permitían deducir, contra lo que se habla creído hasta el
momento, que el universo no es eterno e inmutable, sino que es evolutivo: se
expande o se contrae necesariamente. J.B.Lamaître (1927) tuvo
por primera vez la intuición de que todo el universo provenla
de un único "superátomo, inicial; y E. Hubble comprobó
experimentalmente en 1929 que las galaxias estaban en expansión. Un análisis
retrospectivo llevó a plantear el origen del universo en un sólo punto inicial,
calculable en el tiempo, con una concentración inaudita de energía. G.
Gamow (1948) calculó este modelo, que acabó llamándose popularmente el
"Big-Bang".
En 1965, Penzias y Wilson descubrieron casi
por casualidad el "ruido de fondo" del universo, predicho por
Gamow; lo que comprobó la exactitud de la teoría y les valió el
premio Nobel. Esta y otras comprobaciones han llevado a que la casi totalidad de
la comunidad científica adopte el modelo del Big-Bang como la hipótesis más
probable del origen del universo. Otras teorías -universo estático y universo
pulsante- no han podido ser comprobadas.
De aquel "átomo" inicial, hace unos 18.000 millones de años, proviene todo el
universo observable.
EL ORIGEN DE LA VIDA. EVOLUCIÓN
BIOLÓGICA
Diversos experimentos realizados hacia la mitad de siglo, han demostrado la
posibilidad de que, en algunos mares de la primitiva Tierra, se sintetizaran los
productos de la química orgánica necesarios para la vida. Se supone que en
aquellos "caldos" primitivos de materia carbonada y nitrogenada, se sintetizaron
los elementos vitales (proteínas y ADN) capaces de reduplicarse y constituir
propiamente un ser vivo. Cómo tuvo lugar esta síntesis es todavía un misterio de
difícil solución.
Una vez se dieron los primeros vivientes, entró en juego la variabilidad de
la molécula de ADN. Las mutaciones, espontáneas o inducidas por agentes
naturales (radiactividad, etc.), supusieron millones de cambios bioquímicos,
algunos de los cuales fueron provechosos para la vida de sus herederos
genéticos.
Lamarck (1809) y Darwin (1859) pusieron las
bases para la explicación biológica de la evolución de los seres vivos. La
aportación de este último fue hacer entrar en juego la selección natural como
factor decisivo en la supervivencia de los mejor adaptados y, en definitiva, en
el "progreso" de las formas vitales. El entrecomillado del término
progreso se debe a que algunas teorías evolucionistas insisten
desproporcionadamente en el papel jugado por la selección natural. Es indudable
que en la evolución se ha dado un claro progreso en complejidad y perfección de
los seres vivos. Es mucho menos claro que este progreso se dedo sólo a la
selección natural: desde un punto de vista filosófico, una selección realizada
sobre cambios meramente casuales no explica el avance perfectivo; desde el punto
de vista biológico, también parece clara una dirección evolutiva de
tacto difícilmente argumentable por la sola ciencia positiva, como veremos.
Hay que hacer notar, además, la importancia crucial de algunos fenómenos
imprevisibles, como la extinción catastrófica de determinadas especies, que
resultaron providenciales para el desarrollo ulterior de la evolución. En los
últimos 500 millones de años se encuentran restos de al menos cinco de estas
grandes extinciones; la más conocida es la desaparición de los dinosaurios, hace
70 millones de años, que permitió el desarrollo y actual preponderancia de los
mamíferos sobre los reptiles. Quiere esto decir que la trayectoria de la
evolución ha sido única e irrepetible, fruto de un "azar" muy especial que ha
conducido a la posibilidad de existencia actual del hombre.
LA APARICIÓN DEL HOMBRE. EL PRINCIPIO
ANTRÓPICO
Es un hecho que el material genético humano (por no hablar del parecido
anatómico o fisiológico) coincide en un 98% con el de diversas especies
animales. Esto induce a pensar que el cuerpo humano tiene un origen común con el
de otros seres vivos. Es improbable que algún día se llegue a encontrar una
prueba definitiva de la transformación que dio lugar al cuerpo del hombre; pero
los descubrimientos constantes en este campo de la ciencia refuerzan
progresivamente la idea de una adaptación evolutiva del mundo animal hasta
llegar al hombre.
La trayectoria de la evolución ha sido única e
irrepetible, fruto de un "azar" muy especial
Las fases de tal adaptación, por lo que hoy se conoce, pueden escalonarse en
varios momentos cruciales: un distanciamiento anatómico de la rama evolutiva de
los primates, hace unos 2'5 millones de años; la bipedestación (andar erguido
sobre dos patas), hace 2-1'5 millones de años; el desarrollo cerebral
progresivo, entre un millón y doscientos mil años de antigüedad; la expansión y
diferenciación de especies desde Africa hacia Asia y Europa, en sucesivas
oleadas, a lo largo de un millón de años; el aprendizaje progresivo de algunas
técnicas: golpeado de piedras, tallado de hachas de mano; etc.
Esta lentísima evolución sufre una discontinuidad y una aceleración sin
precedentes hace menos de cien mil años. En muy poco tiempo-relativamenteaparece
la cultura (arte), la técnica (industrias diversas), la religión (culto a los
muertos) y el lenguaje. En menos del 4% del tiempo evolutivo más reciente, el
hombre pasa de la nada cultural al nivel actual de pensamiento y dominio de la
naturaleza.
En base a esto, y a todo el planteamiento evolutivo del mundo y de la vida,
hace ya unas décadas que se abre paso, entre los profesionales de la ciencia, el
convencimiento de que el universo entero parece programado para la existencia
humana. Se comprueba, resumiendo mucho, que el universo y su evolución han
reunido tales características que han hecho posible la existencia en él de vida
inteligente; cosa nada fácil, de no coincidir las muchas y diversas
circunstancias que han concurrido en nuestro mundo. Según Dicke (1961), la
relación de intensidad de las fuerzas elementales de la materia, la edad misma
del universo, etc., son tales que difícilmente de otra forma se habría llegado
hoy al hombre: es lo que se llama el "Principio Antrópico débil".
Por otra parte, en 1973, Collins y Hawking
hacen notar que sólo un universo con densidad global muy próxima a la crítica,
permite la creación de estrellas y galaxias. Carter (1974)
añade que cualquier variación mínima en los parámetros iniciales del universo
hubiera llevado a condiciones en que seria imposible la evolución hasta el nivel
humano. Por tanto, el universo posee, desde su primer instante, las condiciones
que permitirán la vida (síntesis del carbono, etc.) y la posible aparición del
hombre en algún momento de su historia. Es lo que se conoce como "Principio
antrópico fuerte".
También las características locales de la evolución (masa y condiciones de la
Tierra, núcleo de hierro, episodios catastróficos antes reseñados,...), hacen
intima la probabilidad de que se reúnan de nuevo las condiciones necesarias para
la aparición y desarrollo de la vida hasta el nivel humano, incluso contando con
la inmensidad de astros de la Vía Láctea (Carreiras,
1997).
Ante este planteamiento sólo caben dos opciones: o el universo y la Tierra
reúnen esas características "por casualidad". c bien han sido diseñados y
programados expresamente para la existencia del hombre. Quienes propician la
primera solución, ante la dificultad de que el azar reúna por sí sólo esas
condiciones, recurren a la hipótesis de infinitos universos -simultáneos o
sucesivos, de los que sólo uno de ellos tiene las características necesarias.
Naturalmente, esta teoría no tiene posibilidad de comprobación científica
experimental; se trata de una postura intelectual meta-científica que, además,
no tiene a su favor ninguna medida o dato observable.
Queda como única solución pragmática la de que el universo ha sido concebido
con el fin de servir de asiento a la vida racional. Esto implica, como se ve
inmediatamente, introducir en la discusión el concepto de finalidad; el cual
escapa a la elaboración científica, pues no es medible, ni cuantificable, ni
tiene ecuación que lo exprese. La ciencia, por tanto, debe concluir aquí su
exposición, para dejar paso a la elucubración filosófica.
INTELIGENCIA Y CONSCIENCIA
La aparición del hombre plantea, además, otro problema de distinto orden: la
actividad racional, consciente y libre. El hombre se diferencia de los animales
porque utiliza conceptos abstractos; no es capaz simplemente de aprender
determinados comportamientos, sino que tiene las posibilidad de relacionar ideas
simples- inmateriales-, buscar causas, analizar finalidades, deleitarse en el
valor estético o ético de una cosa, etc.; todo lo cual escapa a la actividad
sensorial propia del reino animal. Gracias a ello existe la Filosofía, la Poesía
y la misma Ciencia; toda la cultura utiliza símbolos arbitrarios y abstractos
para comunicar conocimientos e ideas. Además, el hombre es
consciente: tiene un yo integrador, sujeto de sus
actividades y capaz de reflexionar sobre su propio conocimiento (conocer que
conoce, frustrarse ante el error, etc.)
La física moderna define la materia por sus interacciones con las cuatro
fuerzas elementales. Ningún efecto de esas fuerzas tiene como consecuencia el
pensamiento, la abstracción o la consciencia. No hay medida cuantitativa para
calibrar el valor artístico o la implicación ética. Las mismas neuronas y
corrientes cerebrales no son conscientes de si mismas; y si cada una no lo es,
el conjunto -simplemente como conjunto- tampoco puede serlo. El pensamiento no
es una secreción del cerebro: no hay dato científico en que apoyarse para
asegurarlo. Quienes defienden una postura materialista de la razón humana, lo
hacen por la idea preconcebida de que sólo existe la materia; lo cual no es un
dato científico, sino un prejuicio filosófico, bastante inseguro por lo demás.
Añadida a las cuatro fuerzas elementales que definen la materia, en el hombre
está presente una "quinta fuerza", no reducible a las anteriores, que se expresa
en el pensamiento. Este componente novedoso del hombre se ha llamado, desde hace
siglos, espíritu. Decir que el espíritu puede "emerger" de la materia, o que se
reduce a una materia más organizada, son afirmaciones gratuitas. Ningún dato ni
análisis científico justifica un reduccionismo así.
No cabe tampoco atribuir -como hacen algunos- la aparición de la inteligencia
al desarrollo del lenguaje. Más bien lo lógico es lo contrario: el lenguaje es
fruto de determinados órganos anatómicos, usados por alguien que sabe
algo y desea trasmitirlo.
La ciencia, pues, debe terminar aquí su aportación a la aparición del hombre:
constatando la existencia del espíritu y reconociendo que, con el método
científico, no puede llegar a más. Es la hora, de nuevo, de dejar paso a la
filosofía.
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