Todo
se inició a las 7, con la detención de un tren. La protesta de
pasajeros derivó en un corte de vías y en el incendio de vagones. La
empresa denunció un sabotaje y el Gobierno acusó a militantes de
izquierda. Las organizaciones aludidas repudiaron la imputación.
Las
penosas condiciones en las que viajan a diario los usuarios del ex
ferrocarril Sarmiento se agravaron ayer, con el incendio de una
formación y la interrupción del servicio durante más de seis horas,
episodios que el Gobierno atribuyó a un “sabotaje” que adjudicó a
activistas de agrupaciones de izquierda. Ocho vagones, de los más
modernos con que cuenta la línea, fueron destruidos por el fuego.
También fueron siete las personas detenidas, acusadas de “robar
máquinas expendedoras de boletos”, según afirmaciones del ministro de
Justicia y Seguridad, Aníbal Fernández. Dirigentes de las
organizaciones aludidas –el Partido Obrero, el Movimiento Socialista de
los Trabajadores y Proyecto Sur– rechazaron las acusaciones y
repudiaron las afirmaciones del ministro.
Todo comenzó alrededor de las 7, cuando una formación del ex
Sarmiento quedó detenida en la estación Ituzaingo. Parecía ser una
demora más, otra de las tantas que afectan la puntualidad del servicio.
Pero según la empresa TBA, “no se trató de un desperfecto sino de un
sabotaje”. “Forzaron la puerta de un gabinete que contiene los
circuitos electrónicos del tren y le derramaron un líquido, lo que
produjo un cortocircuito y detuvo la formación”, explicó a PáginaI12
Gustavo Gago, vocero de TBA. El gabinete, explicó, está ubicado en el
primer vagón y está cerrado con llave: “La puerta fue forzada”, afirmó
Gago.
El servicio hacia Once quedó interrumpido hasta que llegó otra
formación, con la intención de remolcar a la primera y llevar a los
pasajeros a destino. “Pero en el trayecto alguien accionó el freno de
emergencia y la formación volvió a detenerse”, relató el vocero de TBA.
Esto ocurrió exactamente en el kilómetro 23 del ramal, entre Ituzaingo
y Castelar. “Los pasajeros bajaron a la vía y algunos agredieron a los
maquinistas”, agregó. A esa altura se encuentra la denominada Base
Castelar, un centro de operaciones de la línea. Fue allí donde, según
denunció Fernández, los manifestantes “destrozaron dos autos, dos motos
y dos bicicletas”.
Por la presencia de gente en la vía, la empresa cortó la energía
eléctrica –el tercer riel lleva una carga de 8000 voltios–, por lo que
el servicio se interrumpió. La furia, entonces, se desató tres
estaciones atrás, en Merlo: un tren comenzó a arder hasta que el fuego
consumió siete de los ocho vagones de la formación.
La columna de humo negro y las bocanadas de llamas hacían recordar
los episodios del 2005, cuando el fuego destruyó la estación Haedo,
después de una protesta de pasajeros por demoras del ferrocarril. En
aquella ocasión el Gobierno también habló de desmanes intencionales.
Cuando los bomberos lograron apagar el incendio, los vagones habían
quedado destruidos. Entonces, los incidentes volvieron a trasladarse a
Castelar. Un grupo de jóvenes armó una fogata debajo de uno de los
trenes que había quedado detenido mientras otros apedreaban las
ventanillas de una formación que los pasajeros desesperanzados iban
abandonando. Hasta entonces, la policía no había intervenido: un grupo
de efectivos de la Bonaerense retrocedió ante una lluvia de piedras.
En esa estación Castelar, un grupo atacó la boleterías, rompió las
máquinas expendedoras de boletos y se llevó las cajas con monedas.
También desmantelaron un kiosco y rompieron vidrios.
Pero a las 9.30, el juez federal de Morón Juan Pablo Salas ordenó
que se despejen las vías y pidió la intervención de la Policía Federal.
Cuarenta minutos después, un escuadrón de la Guardia de Infantería
utilizó gases lacrimógenos y balas de goma para dispersar a los
manifestantes. Los incidentes terminaron, pero muchos usuarios les
reclamaron entonces a los responsables de seguridad por las
deficiencias del servicio.
En Castelar, una alfombra de vidrios rotos cubría el piso de las dos
oficinas y baños. En uno de los despachos, al mediodía quedaban
computadoras destruidas, papeles quemados y basura, en el suelo. Allí,
unos tres empleados, con uniformes azul marino, limpiaban, mientras
otros fotografiaban la escena con sus celulares.
La formación que resultó destruida es una de las siete nuevas,
incorporadas este año por TBA. Tienen aire acondicionado y cada vagón
cuesta tres millones de pesos, según la empresa TBA. Son fabricados en
la Argentina por la empresa Emprendimientos Ferroviarios (Emfer),
continuidad de lo que fue Marterfer.
El primero que dijo que se había tratado de un episodio “armado” fue
el jefe de la Policía Bonaerense, Daniel Salcedo. “No fue una reacción
espontánea de la gente. Eran grupos violentos que actuaron
organizados”, dijo. Y destacó que se cumplió con la orden judicial que
era la de no reprimir, por una cuestión de razonabilidad y para evitar
mayores incidentes”, detalló.
Luego, el ministro del Interior, Florencio Randazzo, insistió con
que “los incidentes fueron armados intencionalmente” y señaló
expresamente a militantes del “Polo Obrero y de Quebracho”. Dirigentes
de las dos organizaciones rechazaron las acusaciones (ver notas
aparte). Más tarde, Aníbal Fernández ampliaría la acusación.
Para el dirigente de la Unión Ferroviaria, Horacio Caminos, también
se trató de un hecho intencional. “Un trabajador no lleva en el bolso o
el saco un aerosol para pintar algo”, dijo. “Estamos en el terrible
salvajismo de quemar las cosas que son nuestras: más allá de que se ha
concesionado al ferrocarril, los trenes siguen siendo del pueblo”,
añadió.
La Seccional Oeste del gremio –opositora a la conducción– se declaró
en “estado de alerta” por los incidentes y acusó “en primer lugar a la
empresa TBA de continuar prestando servicios en forma precaria sin
realizar inversiones” y al Gobierno. Pero llamó a los usuarios a
“resguardar el patrimonio ferroviario que no pertenece a ninguna
empresa sino al Estado y por ende a todos los argentinos”.
Desde la empresa descartaron que los incidentes tengan una posible connotación gremial.
Ya en el mediodía, la formación incendiada atravesó Castelar, con
destino a los talleres de Liniers para ser reparada. En Merlo, las
marcas del estallido de furia también eran visibles. El olor a quemado
persistía, mientras en el piso quedaban rastros de las llamas del tren
incendiado.